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Archive for agosto 2011

Este sitio, Mr Waffle, lo conocimos cuando fuímos el primer día a alquilar las bicis, y aunque vimos ese fabuloso cartel que decía «Crepes de Nutella por un euro» no fuímos a probarlos hasta días después.

Que mal habíamos hecho al esperar tanto xD. Esos crepes son fantásticos y encima bastante grandes.

Así que como os podéis imaginar hemos vuelto a ir los dos juntos, por separado y con más gente, porque perderse esta genial oferta y no ir nunca debería considerarse delito xD.

 

 

 

 

 

 

 

Si, en el tiempo que Félix se come uno, yo me como dos xD. Así que estoy engordando xD

Este lugar está ubicado haciendo esquina entre University Rd y Newcastle Rd, pegado a un Tesco (Que grandes los Tesco, son como los Mercadona xD).

 

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Si señoras y señores, aunque no lo parezca, no solo de pasta, huevos fritos, patatas y precocinados viven los hombres solteros, sino que nos alimentamos de más tipos de comida, he aquí unas fotos para corroborarlo xD.

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Si solo son unas fotos estúpidas de nuestra compra y de Félix pensando que comprar (si, después de pensar durante 10 min que tipo de arroz coger si Bomba o Normal, alfín se decidió).

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No sé si alguien se ha dado cuenta… Os hemos contado cómo pateamos Dublín, mostrado algunas fotos de Cork y el anillo de Kerry, pero… ¿por qué no hablamos de la ciudad en la que estamos viviendo?

Antes de venir aquí, tanteamos una lista de unas veinte ciudades de Irlanda, Irlanda del Norte y Reino Unido, recopilando variada información de todo tipo a través de amigos e Internet. Cuando llegó el momento de tomar una decisión definitiva, ambos no tardamos prácticamente nada en consensuar la elección final: Galway, así se llama la ciudad. No es una ciudad tan grande como Dublín, Cork o Limerick ―por nombrar algunas―, pero actualmente es la segunda ciudad irlandesa que más turistas recibe cada año y una de las diez ciudades europeas con mayor desarrollo económico, ¿por qué será? Podríamos responderlo en palabras, pero mejor será que os vayamos hablando de ella y que cada uno saque sus propias conclusiones.

Hasta mediados del siglo XX, en esta ciudad, situada en la costa oeste de Irlanda, se encontraba uno de los principales puertos comerciales del norte de Europa. Mucha mercancía procedente de América hacía en Galway su primera escala antes de dirigirse a su destino final, es por ello por lo que era considerada una ciudad marinera, lo cual podría explicar el carácter amable y abierto de sus habitantes, acostumbrados desde hace tiempo al ir y venir de gente de toda clase. Había pasado ya varias veces a su lado ―está junto a un parking para bicis en el que dejo la bicicleta casi a diario― ignorándolo cuando de pronto una tarde, vete tú a saber porqué, mi mirada se percató de su existencia y no pude reprimir el mirarlo con detenimiento.


En recuerdo/a la memoria de los navegantes perdidos en el mar” viene a decir la inscripción. Es un hermoso detalle hacia aquellos que van y vienen de Galway; a aquellos que por su elección, profesión o vocación se echan a la mar alejándose de tierra firme; a aquellos que no se sienten de ninguna parte y sí de todas. ¿Os habéis fijado en él con atención? Echándole un vistazo puede pareceros simplón, feo, cutre… A mí me fascina. Sí, es lo que tiene la subjetividad, hay cosas que se perciben como una soberana mierda y otras te emboban y atrapan de manera invisible ―tenía mucha razón Saint-Exupery cuando escribió donde reside lo esencial―. Me encantan las dos partes físicas en que se divide el monumento: la parte lisa de la izquierda donde se halla la inscripción me recuerda al casco de un barco que se hunde por la eslora; la rugosa que lo abraza, a un embravecido piélago. Creo que no hace falta irse al mar o a su análogo seco, llamado desierto, para perderse… ¿Quién nunca estuvo perdido o desorientado en tierra firme? Afortunadamente, siempre amanece ―aunque no sea por donde uno se espera, jejeje―

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Si algún día os dais una vuelta por el Anillo de Kerry y el Parque Nacional de Killarney, podréis ver panorámicas como estas. Alguien dijo una vez que una imagen vale más que mil palabras, así que os dejo con aquello que nuestros ojos ya vieron. Que os guste.

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Unas horas por Cork

El último sábado de julio, nuestras previsiones iniciales pronosticaban una ruta en bicicleta, lo cual finalmente no sucedió porque nos propusieron ir a Cork el sábado y el domingo hacer un tour por el anillo de Kerry, plan al que no tardamos en sumarnos.

Esta vez no podemos relatar ninguna ruta concreta porque, dado que el objetivo principa era el tour por el anillo de Kerry, recorrimos en hasta dos ocasiones la distancia que separa la estación de autobuses y la oficina de turismo. Me sentí como una bola de pinball que golpea una y otra vez contra la misma pieza, sólo que aquí no se sumaba ningún punto. Todos teníamos curiosidad por ver la universidad, inaugurada en 1845, es un bello espacio por el que pasa el río Curraheen ―un afluente del Río Lee, que recorre Cork―, muy cuidado y por el que merece mucho la pena darse una vuelta, que supo a reposo dada la época del año en la que nos encontramos, vacía del estridente ambiente de aulas colmadas por más de un estudiante.


Bien entrada la media tarde, fuimos a echar unos tragos a una acogedora taberna irlandesa por Coburg Street en la que hubo tiempo para echar algunas partidas a un divertido juego de cartas. A medianoche llegamos a nuestro techo por siete horas ―tocaba madrugar para ir a la estación de autobuses, Killarney esperaba―, un hostal en el que compartimos habitación junto a otras ocho personas. Una de ellas, situada en la hilera de literas opuesta a la nuestra, roncaba que daba gusto pese a los inútiles intentos de sonora disuasión desde camas adyacentes. Una vez más recordé que el defecto puede ser ventaja y no tardé demasiado en encontrarme con Morfeo.

 

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Corre, corre caballito

El martes 26 de julio tuvimos la oportunidad de asistir a uno de los acontecimientos deportivos del año en estas latitudes, las Galway Races. Del 24 al 31 de julio, Galway se engalona al galope de estos lustrosos animales para recibir a miles de visitantes procedentes principalmente de Reino Unido y otros condados de Irlanda.

 

He de reconocer que en Madrid jamás se me hubiera ocurrido ―ni en tiempos en los que funcionaba el hipódromo en todo su apogeo― pagar 15 ó 25 € por ver cómo unos jinetes cabalgan por llegar en primer lugar a la línea de meta, pero ya que estamos aquí nos apetecía comprobar porqué hay tanta afición.

Los accesos al estadio impresionan por estar en un paraje en el que domina el verde, color omnipresente en estos lares ―aunque normalmente no luzca como debiera por lo grises que suelen ser aquí los días de verano― realzado por el sol aquella radiante tarde. En los últimos 100 metros antes de las taquillas te encuentras con los típicos tenderetes que ves en los alrededores de un estadio de fútbol español en la víspera de cualquier partido, sólo que aquí venden chocolatinas, frutos secos, refrescos, gorros, sombreros, abalorios y réplicas de armas ―que se podrían meter por donde la espalda pierde su honroso nombre―. Una vez pagas el importe de la entrada en taquilla, accedes a un mundo en el que los caballos son un contexto que aglutina a una amplia variedad de personas que allí se reúne atraída por inquietudes diferentes. Por supuesto que no faltan los verdaderos apasionados que, cerveza y guía de carreras en mano, jadean a quienes enfilan la última recta para luego disfrutar comentado con ferviente entusiasmo y analítico rigor la carrera que acaban de presenciar. Hay gente que va a lucir palmito: chicas de atractivo cuerpo embutidas en coloridos vestidos que subrayan sus sinuosas formas, mujeres coronadas por pamelas que roban miradas, chicos elegantes que parecen recién llegados de una boda. Otras personas van en busca de dinero fácil apostando a ese caballo ganador que luego, como en los de mentira de las ferias, se desinfla en los últimos metros. Abundan también jóvenes que asisten con los colegas a disfrutar del ambiente, tomarse unas pintas y echarse unas risas piropeando algún femenino semejante que desafíe las normas de la física ―urbana, que no cuántica― y apostando pequeñas cantidades que suelen caer en saco roto. También hay curiosos que van a darse una vuelta y luego se adueñan de una sombra bajo “x” carpa o se sientan a escuchar a esa banda de música que ameniza el ambiente actuando a espaldas de una de las gradas.

 

Me sorprendió la ingente cantidad de personas que vi apostando ―en las oficiales, la apuesta mínima era 1 € y la máxima de 20―, y las muchas mujeres que se paseaban a lo largo y ancho del recinto buscando llamar la atención. Al día siguiente me explicaron que cada jueves de las Galway Races se celebra el Ladies´ Day, día en el que se eligen a la mujer y al hombre mejor vestidos y la mejor pamela. Las personas afortunadas reciben un premio en metálico: 50.000 € para la fémina mejor vestida, 20.000 € para el varón mejor vestido y 1000 € para la dueña de la pamela escogida por el jurado.

 

Me dejo para el final a los verdaderos protagonistas de este evento, aquellos a quienes John Wayne debe parte de su inmortalidad: a los caballos. No me gustó la mala ostia con la que algunos jinetes les golpeaban con una especie de fusta durante la carrera para incitarlos a correr más rápido, pero ninguno aparentaba estar mal cuidado, sino todo lo contrario. La cara de los caballos después del esfuerzo realizado en la carrera denotaba un fuerte cansancio, razón supongo por la cual algunos jinetes, antes de bajarse de sus lomos, daban con ellos una pausada y breve vuelta por una zona anexa a la de la carrera en la que los flashes se centraban en el caballo y el jinete ganadores.

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